EL CASTILLO PERSA QUE SE CONVIRTIÓ EN MONTAÑA

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Comienza a sonar en los altavoces del pueblo y buscando hacer eco en el horizonte, la voz subibaja del Azan* culebrea entre las montañas y se pierde para siempre. El aire anuncia la llegada de la noche, se combina con un olor a arena, y la frescura del agua que sale de una fuente natural nos refresca de un día caliente. El agua juega en mis dedos y a la poca que se mantiene, la hago chocar con mi cara, y sonrío… El rojo atardecer cae sobre el rojo desierto como la pashmina cae sobre mi cabeza. El viento rojo intenta entrar hacia mi nuca pero no lo logra, aún así, mi rostro agradece el gentil gesto de la tarde. 

 

Dos personas hablan detrás de mí un idioma antiguo e inentendible, a eso se suman los sonidos de hábiles motociclistas que se mueven entre las rocas como las hormigas mismas. 

 

Delante del sol, un castillo milenario que se convirtió en montaña (aunque digan lo contrario) se alza casi tan imponente como el rojo atardecer. El castillo también es rojo y yo me siento roja por dentro. Hay algo que se asoma dentro de mí que parecía haber estado muerto y estos días ha estado despertando. 

 

El estampado de mi ropa larga me recuerda lo real que es este lugar. El cielo se comienza a tornar morado y le susurra al desierto que es hora de dormir. Subimos al coche como en trance, nadamos en la carretera alejándonos del Azan, y de pronto escuchamos el susurro de la noche, y entendemos que hay que detenernos porque las estrellas han despertado ahora que el desierto está dormido. 

 

La imaginación ni siquiera hace falta. Esto es Irán, este es el misterioso Irán.

Eso lo escribí ahí mismo, el lugar se llama Behestán, ¡es un castillo de más de 4 mil años! Fue algún día de junio, por ahí del 9 o algo así. Estos son, como diría el Principito, «datos para personas grandes porque las personas grandes aman las cifras. (…) jamás os interrogan de lo esencial. (…) Son así, no hay que reprocharles. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas grandes. Pero claro que está, nosotros que comprendemos la vida, nos burlamos de los números».

(Estoy recolectando libros del principito en diferentes idiomas. Aunque suene de bebés, ya tengo tres y me siento orgullosa de mi pequeña colección)

Siguiendo con la historia, terminó el rol por Zanján y volvimos a Teherán. Al día siguiente partimos Mohammad, la maravillosa Zahara y yo al sur, a Shiraz, lugar famoso por la gente floja que se mueve como un perezozo… después de estar ahí no más de un minuto, entendimos que la temperatura pegándole a los 50 grados es lo que los mantiene medio vegetativos, y a nosotros también. En persa hay una palabra que supongo que significa algo como “huevonear” o algo así, y es “lash”así que nos la pasamos lasheando todo el tiempo.

Hubo un día que estuve esperando a Mohammad, en la ciudad color tierra y me puse a escribir. Les comparto de nuevo pa que se den una idea de la cara que me puso Shiraz.

Escribo para hacer algo. Un hombre cojo fuma a lado de mí. Me mira. Me pidió dinero hace un momento. Le regalé un papel y lo tiró al piso. Quiere dinero. Es un lugar raro. Dos hombres. Mucho calor. Uno habla un poco de inglés y ahora sabe mi nombre (probablemente ya no lo recuerda), de dónde soy y le dije que tengo novio en Teherán (¡Já!)

Estoy sentada en la puerta de una mezquita. No me dejaron entrar. Un hombre se acerca, “Nice to meet you”. Apretón de manos rígidas. Es un desierto este lugar, todo se mueve como en cámara lenta, hasta el viento. El calor nos mantiene con el volumen bajo y los pájaros y una que otra ráfaga se ganan su protagonismo. “Married?” “No.”

El calor nos mantiene calmados. Pocas palabras, imposibles de ignorar porque hay tanto silencio, tanto calor, tanto amarillo, que hasta las palabras brillan. Mil ojos de miel endulzan Shiraz, o tal vez más, tal vez 400**.  Irán comienza a ser más claro. Ser humano está prohibido pero eso no quiere decir que nadie lo sea. Los coqueteos y regateos son normales. La música sigue sonando en las calles y podría apostar que sus almas están bailando. La ropa puede incluso llegar a ser cómoda. La pashmina me cubre del fuerte sol, el sudor está ahí de cualquier forma. (…)

La calle de los derretidos

Ahora me despido con el inicio de mi obsesión con los camellos y al no poder ver uno vivo… pues me comí una hamburguesa de uno delicioso 🙂 y pues nada, to be continued…

*Azan es el himno que los musulmanes usan para anunciar que es hora de rezar.

 

**En algunas culturas prehispánicas mexicanas, el número 400 es como decir “muchísimos”.

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