Palitana, la ciudad de los templos jainas

Hace casi un mes Max se fue a México y yo me quedé en India. Ya tenía mucho tiempo que no viajaba sola y, debo confesar, lo extrañaba mucho. Aunque venga con más subibajas emocionales, soledad y cansancio mental. En realidad, no lo había notado, pero ahora que estoy sola otra vez, el sentimiento de hartazgo, con ganas de aislarme de todo, dejar de intentar entender el idioma, volver a extrañar a mi familia y amistades y escuchar música en español en un hotel deplorable… todo se siente tan familiar jaja. A veces me da risa pensar por qué me gusta tanto viajar sola si estos momentos son algo frecuentes. Al menos con Max reflexionábamos sobre todo lo que nos rodeaba, en español, y compartíamos nuestros sentires, lo cual me descargaba la cabeza y no la sobrecargaba hasta este punto en donde quiere explotar. Aunque a veces hablo con mis personas queridas por redes sociales, no es lo mismo.

Pero les voy a contar lo que ha pasado este mes. Ha sido bastante maravilloso.

El día que se fue Max, me puse a pintar todo el día. No salí ni a comer. Aunque el cuarto se sentía vacío y extrañé a Max, también lo disfruté muchísimo. El segundo día casi lo mismo, sólo que en la tarde salí con mis amistades e hice algunos pendientes.

Cuando iba de regreso con mi querido amigo Ishan, le propuse que fuéramos a ver a Idli, un perro precioso de la calle que Max y yo cuidamos porque lo habían atropellado. En resumen, Idli tenía la pata en malas condiciones y lo llevamos al hospital. Se quedó un par de noches en nuestra casa, luego lo volvieron a atropellar causándole una herida menor en otra pata (la segunda vez hizo un desastre en la casa). Al final, una señora que dormía en la calle afuera de su pequeño local le ponía su medicina todos los días y juntas nos aseguramos de que se recuperara bien, llamando al doctor con frecuencia para que le limpiara sus heridas. Esa señora siempre cuidaba a lxs perrxs de esa calle. Idli nos acercó con las y los vecinos, además de que nos reconocía y corría emocionado desde debajo de los coches cada que le gritábamos su nombre. Comparto algo que escribí en mi libreta acerca de esa noche:

Anoche fui a buscar a Idli porque me quería despedir de él y enseñarle a Ishan cuánto había crecido. Lo busqué entre los otros perros y grité su nombre muchas veces. No salió. El corazón se me agitó un poco. Fui con la señora que normalmente salía a ver como Idli y yo nos dábamos cariño y, con mirada triste, hizo una seña con las manos que no quise entender. Nos acercamos para confirmarlo: Idli estaba muerto. Nos explicaron que estaba durmiendo bajo un coche cuando éste arrancó y lo mató. Al parecer Idli no sufrió porque ni ruido hizo. Agradezco mucho haberlo conocido y que nos haya enseñado tanto a Max y a mí. Y habernos unido con la señora tan bonita. Ha sido de lo más especial que me ha pasado en este viaje.

Se me destrozó el corazón. La señora y yo nos abrazamos. Estuvimos llorando un rato mientras me explicaba que la mamá de Idli había estado ahuyando toda la tarde y que ellas ni se habían dado cuenta. La mamá de Idli estaba ahí, junto a nosotras, casi sin mirarnos pero cerquita para que le tocáramos su cabeza. Menos mal que estaba ahí Ishan, que me consoló y me acompañó al departamento. Meses antes yo lo había consolado a él por la muerte de otro perro de la calle que murió también. Esa noche extrañé mucho a Idli y habría deseado que Max estuviera ahí.

Comparto un texto pequeño que escribí unos días después y unas fotos de Idli precioso.

Aprender el idioma en el lugar en donde se habla es distinto que estudiarlo. Cada palabra se queda plasmada en mí de acuerdo a la forma en la que la aprendo. Por ejemplo, aprendí a conjugar el verbo «morir» en pasado cuando la señora me dijo que Idli había muerto.

Al día siguiente, tomé un autobús hacia la ciudad de Palitana, al suroeste del estado de Gujarat.

Palitana es una importante ciudad para seguidores del jainismo, religión que no conocía hasta que llegué a India hace unos años. Al parecer no es una religión muy conocida en el mundo, pero se calcula que unos 5 millones de personas se reconocen como jainas. Si buscamos en internet o leemos algún libro, el jainismo desarrolla muchos temas de filosofía, metafísica y otras cosas complejas. Busca un estado de iluminación en vida y no tiene ningún dios. Me contaron también que su fundador, Mahavira, fue contemporáneo de Budha hace unos 2500 años. Son personas estrictas en la “no violencia” o ahimsa, que viven con humildad y renuncia a muchos placeres mundanos. A primera vista, todo iba bien, pero les platicaré lo que yo vi y lo que me contaron, que fue distinto. 

Tomada de https://www.soulveda.com/travel-diaries/embracing-unity-at-palitana/

Llegué alrededor de medio día. Comencé a caminar por la ciudad y algunas personas notaron que era extranjera. No me incomodé mucho y seguí caminando con la idea de buscar un lugar en donde dormir. Miré el mapa, estaba repleto de Dharamshalas. El significado de Dharamshala es un espacio religioso destinado a la caridad o el descanso de gente que viaja. No es coincidencia que la ciudad en donde la exiliada comunidad tibetana (y el Dalai Lama), en los Himalayas, se llame Dharamshala. Pues como antes me había pasado, sabía que en lugares religiosos suelen dar asilo a personas que lo necesitan a ningún o a poco costo y siempre son muy amables. Primero, llamé por teléfono a algún Dharamshala que el mapa mostraba cerca de mí. Todo iba bien, el señor dijo el precio, sí habían cuartos disponibles…

—¿Eres jaina? —preguntó en hindi el señor del teléfono.

—No.

Colgó el teléfono.

Lo volví a intentar con unos 8 establecimientos. Todos o me colgaron o me dijeron que no me podían ayudar por no ser jaina. Ni recomendar algún lugar en donde pudieran aceptarme. Comencé a caminar y a preguntar directamente. En el segundo, un señor se apiadó de mí y me dijo que sí aceptaban gente de otras religiones. Entré y, al verme, me preguntaron si estaba sola. Cuando les dije que sí, me dijeron “No single ladies”.

Me quedé ahí con mi cara incrédula… me vieron con indiferencia y siguieron haciendo sus cosas. Salí del lugar. No me había pasado algo así antes.

Seguí caminando con esperanza de encontrar algo y fue cuando una mujer pequeña, con gran sonrisa, vestida de blanco, descalza e inglés fluido se acercó a preguntarme de donde era. Le dije que de México y se emocionó. Ella vivió en Estados Unidos y conocía mucha gente de México. Un rato después nos desahogamos por la explotación laboral en ese país y lo feliz que nos hacía no estar ahí, aunque eso significara mucho menos dinero. Su nombre es Mina. Cuando le conté que no tenía en donde quedarme, se alarmó y me dijo que ella conocía un lugar. Fuimos a dos y la batearon igual que a mí, aunque en el primero la dueña abogó por mí. Al final fuimos a otro Dharamshala en donde me recibieron con mucho cariño y comida barata. La noche en ese lugar costaba la módica cantidad de 300 rupias (unos 75 pesos mexicanos), en un cuarto limpio, sencillo y con baño propio.

Después, me invitó a visitar a sus amigas que vivían con ella en un Dharamshala. Una de ellas no hablaba nada, otra dormía, y la otra era un personaje maravilloso: Una mujer grande, con voz dura y cara firme. Yo tenía muchas dudas sobre su religión, así que me dejé llevar por la curiosidad.

—¿Quién es el señor de las pinturas del templo?

—Es nuestro dios, Mahavira.

¿?¿? Pensé que no tenían dios, pero no dije nada.

—¿Por qué no me dejan hospedarme si no soy jaina? ¿Por qué no me aceptan si soy una mujer sola?

—Lo de no ser jaina no tiene sentido, deberían aceptarte. Y de lo otro, en nuestra religión tenemos muchas creencias, y creemos que las personas solas (los hombres también), pueden hacer algunas cosas cuando se quedan solas…

—¿Cómo qué?

—Pues cosas que no van con nuestra religión.

Estuvimos platicando más. Me fascinaba estar con ellas. Me sentía bienvenida, en confianza y segura. Las señoras se cambiaban de ropa frente a mí, eruptaban y discutían sobre por qué la popó del baño no se iba con facilidad. La señora de voz grave era un tanto enojona, pero cada que decía algún comentario duro, Mina soltaba una carcajada y todas nos reíamos. Después de un rato me dijeron que irían a su clase de filosofía jaina (no me invitaban porque estaba en gujarati), y que nos podíamos ver para cenar. Me pidieron que trajera dupatta (como una bufanda delgadita) si pensaba ir al templo. Mencionaron varios lugares para visitar, pero estaba tan cansada por no haber dormido, que me fui a echar una siesta.

Cuando volví, había comprado mi dupatta y la señora más grande me felicitó. Toda nuestra conversación fue en un revoltijo de hindi e inglés, pero nos entendimos bastante bien.

  —En nuestra religión tenemos muchas tradiciones, y la dupatta es o-bli-ga-to-ria— dijo, puntualizando la última palabra señalando con su índice al aire.

—¿Por qué?

Ambas mujeres me dieron muchas vueltas. Que porque así era su creencia, que porque las mujeres así lo tienen que usar, que porque ellas no ponen las reglas. Seguí insistiendo. La señora mayor pareció desesperarse y, cortantemente, dijo:

—¿Sabes? Es algo que no te puedo expresar. —dijo, haciendo un gesto con las manos como si me ofreciera una bandeja. Sonreí resignada. Tenía que soltar una última pregunta, aunque ya sabía la respuesta.

—¿Los hombres también lo usan?

—No. —contestó amablemente Mina. —En esta religión creemos que la mujer está… cómo decirlo… un poco… abajo del hombre. Por eso tenemos que seguir más reglas.

—… eso no me gusta— confesé. Mina me miró con cariño.

—A mí tampoco, pero son las creencias y no puedo cuestionar mi religión.

Quedé helada. En otras religiones y países, cuando preguntaba por medidas contra las mujeres me explicaban cosas del ilimitado poder que tenemos las mujeres y que tenemos que guardarlo, o que también hay diosas, o no sé qué. Nunca me habían explicado una opresión tan explícita y tan aceptada. Se acabó la conversación.

Fuimos a cenar. Vimos a un par de personas vestidas en tela de algodón blanco, zapatos, con una escobita, sin cabello y unas cazuelas en el brazo. Eran un hombre y una mujer. Les pregunté y me dijeron que eran personas ya con un rango más alto, que seguían reglas muy estrictas, monjes. Por ejemplo, para seguir con la tradición de monjes sin cabello (principalmente en Asia), que quitaban el cabello jalándolo, pelo por pelo, sin raparse como en otros cultos. ¿Por qué? Según Mina, para no matar a los gérmenes que viven en el cabello con la máquina o el rastrillo. No me convenció, pero no se trataba de convencerme, así que seguimos. Resumiré algunas cosas que me llamaron la atención:

¿Por qué no usan zapatos? Para no matar a los organismos del piso. De acuerdo con Mina, el pie humano es más suave y no es tan agresivo como los zapatos.

¿Por qué no beben agua filtrada y sólo hervida? Porque en el agua filtrada hay muchos organismos vivos que mueren y vuelven a vivir, si te la tomas, sigues el ciclo de vida-muerte (¿?), pero si la hierves, sólo los matas una vez y ya no sigues matando (…?!)

Las paredes del comedor estaban cubiertas con carteles que indicaban qué comidas podían comer y cuáles no. Todo estaba en gujarati, pero algunos tenían imágenes que podía entender. No se pueden comer básicamente ningún tubérculo que, al sacar de la tierra, pueda lastimar a los insectos que viven en ella. Y por supuesto cualquier animal está estrictamente prohibido.

Mina y yo fuimos a un museo, a un templo en el pie de la montaña y me mostró cómo la gente repite mantras mientras los cuenta con granos de arroz. La gente juntaba cantidades enormes de arroz y hacía figuras muy bonitas con él. También vi el dinero que estaban juntando los monjes de las donaciones de ese día… era muchísimo. No quiero ser dura o hablar de algo que no conozco, pero la visita a Palitana me hizo ver más de cerca lo que mis amigos y amigas indias critican tanto de su país: la fe ciega. No quiero rechazar las respuestas que me dieron Mina y su amiga hasta preguntar a más personas, pero estoy casi segura de que hay otras razones para hacer lo que hacen (espero).

Me contaron muchas más cosas que he ido olvidando. Aunque no me hizo sentido mucho de lo que me dijeron, entiendo que ellas al parecer son felices siguiendo ese estilo de vida. En especial a Mina, que no deja de sonreír y hablar de sus amistades en la ciudad y lo mucho que le gusta la vida ahí. Al día siguiente desperté temprano y subí la montaña que me aconsejaron. No la alcancé a subir toda porque tenía que desayunar y tomar el autobús a mi siguiente destino: el pueblo Todi, en donde tomaría el curso de meditación Vipassana.

Me despido por ahora, pero les dejo unas fotos de la ciudad y de estas señoras que me acogieron con tanto cariño y respondieron mi bombardeo de preguntas. Mina es la que ríe, y la otra señora no recuerdo su nombre, pero su voz y su rostro se quedan en mi corazón y memoria.

Vacas que duermen como perritos y perritos que duermen con las vacas
Aquí la señora no quería foto
Aquí ya la convencimos
UN PAVO REAL EN LA NATURALEZAA <3

5 thoughts on “Palitana, la ciudad de los templos jainas

  1. Maribel says:

    Maravilloso querida Andrea, me encanta la sensibilidad con la que escribes, nunca te detengas y la próxima vez si voy contigo

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  2. Rick says:

    Eres una pequeñita viajadora. Me fascinan tus textos, deberían de patrocinarte.
    Salu2 cordiales.

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