La incertidumbre y yo nos encontramos en Brasil

     Desperté sin alarma y muy contenta de ya irme. Era buen momento. Había descansado varios días en ese hostal al norte de São Luis de Maranhão y estaba lista para pedir aventón por primera vez en Brasil. Hacía varias semanas que había dejado de despertar con una incomodidad emocional en el estómago y eso me hacía sentir muy feliz. Triplicaba mi felicidad el saber que tenía salud emocional. Esa mañana me bañé porque no sabía cuándo iba a volver a bañarme; desayuné y empaqué unas tapiocas recién hechas (como tortillas hechas de goma de yuca deliciosas a las que soy adicta) porque no sabía cuándo iba a volver a comer; terminé de preparar mi mochila lo más compacta posible, porque no sabía cuánto iba a caminar; desperté a la hermosa Relry, como prometí, y le di un abrazo fuerte de despedida porque no sabía cuándo la iba a volver a ver y salí en silencio. Sentí una ola de nostalgia por dejar ese lugar tan bonito en donde, por primera vez, cambié tatuajes por hospedaje y en donde pasé varias noches platicando emocionada hasta tarde, con música de fondo, de algún evento cercano que se dejaba escuchar por las ventanas sin vidrio y el viento nocturno con olor a mar que hacía de São Luis una ciudad tan viva, tan acogedora. Iba con el corazón más grande porque ahora llevaba dentro a Leandra, Fran, Mila y su familia y, por supuesto, a mis queridísimas Relry y Rafael, con quien todavía hablo.

Antes de ir más a la carretera, unas fotitos.

 

 

     Salí en la mañana abrazada de la incertidumbre, con la que viajo cuando voy de aventón, o al menos es cuando siento más su presencia. Le dejé de tener miedo hace unos años y se ha vuelto una gran amiga, una compañera que me sorprende con las mejores enseñanzas si la sigo con atención y confianza. No me había dado cuenta lo mucho que la extrañaba; no porque se hubiera ido por completo pero, ahora, viajando sola y de aventón, se sentía muy bien estar a solas con ella.

     Tomé un autobús local que me dejó lo más lejos posible de la ciudad. Se repitió misma escena de siempre: autobuses llenos gente de clase trabajadora porque es hora de ir a trabajar, y yo, tratando de disimular mi cara de confusión porque no sé en dónde me voy a bajar exactamente, cargando una mochila monumental que entorpece el movimiento de todas las pasajeras y pasajeros.

     Bajé en donde alguien me indicó y caminé hacia alguna gasolinería 24 horas (porque ahí duermen los camioneros), que estuviera llena de camiones con cara de ir muy lejos, en un lugar clave con espacio para que se pararan los que iban pasando y para que me vieran los que iban saliendo. Ya bien ubicada, levanté mi manita con el pulgar hacia arriba. Me sentía encantada de la vida, independiente, libre, alerta. Respiraba hondo y sentía el olor de humo de camión acompañado del ruido estruendoso de los trailers que pasan muy cerquita sin detenerse. Era maravilloso volver a la carretera. La misión era la siguiente: tenía 7 días para viajar casi 4 mil kilómetros hacia el sur, en donde tomaría un curso cerca de Río de Janeiro. Calculaba un promedio de 500 kilómetros por día, así que el kilometraje extra se lo di a mi amiga incertidumbre envuelta en un regalo para que ella decidiera cómo hacerle. 

     Algo que he reflexionado mucho en este viaje es lo responsable que me siento de que alguien se pare a llevarme. Déjenme explicarme mejor: una vez en la carretera, me concentro muchísimo en los camiones que van pasando. Los miro con mucha atención, observo sus placas, si tienen peluches en las ventanas, si están polarizados; miro el tamaño, si son más largos van a ir más lento, pero probablemente más lejos, pero si son pequeños, es posible que sólo me lleven pocos kilómetros, pero son los mejores para carreteras con muchas subidas. Como casi no alcanzo a ver las caras hasta que están muy cerca, me fijo en las etiquetas que tienen pegadas: luz roja si son estampas o pinturas de mujeres sexys, luz verde si son de ovnis o perritos. Si tienen perritos (porque a veces tienen), mega sí, si van con otro hombre, mega no. Si es mujer, MEGA SÍ, si es de Coca-Cola, mejor lo dejo pasar porque esa empresa me enoja. Cuando veo uno que me gusta, alzo más arriba la mano y sonrío, le mando toda la buena vibra para que la sienta y se pare. Después los sigo con la mirada hasta que se van, o hasta que se paran un poco más adelante. Si se paran, salgo corriendo, abro la puerta del copiloto y, con una sonrisa, pregunto hacia dónde va. Si me da mala espina, le digo que no voy para allá, pero que gracias y buen viaje. Si me da buena espina y va hacia donde voy, le agradezco mucho y trepo las escalerotas para subirme al camión; me pongo el cinturón de seguridad y me felicito por dentro porque ¡se logró de nuevo! Algo importante es que, mientras espero en la carretera, no importa si espero 5 minutos o 2 horas, SIEMPRE tengo la certeza de que alguien increíble se va a parar. Por alguna razón siento que eso hace la diferencia de si lo logro o no. No sé si tiene sentido, pero para mí es indispensable.

     Relry es brasileña y me dio tips nuevos para viajar segura: Después de presentarme y que me dieran su nombre, mandar una nota de voz o video a alguien, en portugués para que me entiendan, informando que ya había conseguido carona (así se dice aventón en Brasil), que me había recogido el maravilloso camionero llamado noséqué y que voy de tal a tal punto. Otra estrategia que yo siempre aplico en situaciones en donde los hombres se ponen de odiosos y empiezan a comentar cosas como “estás muy bonita” o comentario por estilo, es decirles algo como “me he encontrado muchos hombres que me dicen eso y me hacen sentir muy incómoda, pero yo sé que TÚ nunca le faltarías el respeto a una mujer porque yo sé que tú eres chido y entiendes que ese tipo de comentarios no se deben de hacer en este contexto porque vivimos en tiempos y países en donde hay mucha violencia a las mujeres y yo quiero viajar sola y sentirme segura y SÉ QUE TÚ ENTIENDES ESO PERFECTAMENTE porque eres muy buena onda” Y ya me dicen siempre cosas como “sisisí, yo soy muy respetuoso, tengo una madre que quiero mucho, y dos hijas…” o alguna cosa de ese tipo, y ya se calman. Cosas tan sencillas como esas han hecho de mis trayectos muy tranquilos y seguros.

Contrario a muchos prejuicios que he escuchado, los camioneros son súper amigables. Generalmente sólo suben gente porque tienen sueño y quieren pasar el trayecto platicando; también se dejan llevar por su intuición al elegir a quién subir, y quieren ayudar lo más posible. Muchas veces me invitan de comer, siempre me enseñan los puntos más bonitos alrededor de la carretera, me incitan a probar la comida local de donde paramos, eligen música para que la conozca, me cuentan cuánto extrañan a sus familias porque llevan equis días lejos de casa, me explican cosas de las ciudades por donde pasamos y SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE me expresan lo mucho que aman su trabajo. A decir verdad, es el primer país en donde pido aventón de larga distancia y puedo hablar el idioma, lo cual creo que ayuda mucho. Yo les cuento cosas de mí también, les cuento cómo llegué a ese punto de mi vida, les comparto música, hablamos de política, del Chavo del 8, telenovelas y Acapulco, les digo a lo que me dedico y generalmente hablamos mucho tiempo de tatuajes. Por ahora nunca he tatuado a uno pero tengo muchas ganas, ya hasta tengo algunos diseños de camiones.

     Me divertí muchísimo. Conocí a un señor que le llamaban ‘Sorriso’ (sonrisa) y todo el mundo lo quería a cada lugar donde paramos. También conocí a un influencer con más de cien mil seguidores en tiktok que hacía videos de cualquier cosa en la carretera. Además, él viajaba con un gatito que acababa de rescatar porque un sujeto idiota le había aventado aceite caliente. Ese mismo, tenía un alien gigante de copiloto y no diré su nombre para que no lo vayan a correr, pero ¡ME DEJÓ MANEJAR SU CAMIÓN! Era enorme, transportaba cerveza y manejé como más de una hora. Cada que le decía que si ya cambiábamos de lugar, me decía que no, que manejara tranquila, mientras él estaba en su celular. Supongo que estaba cansado. Fue súper fácil y me sentí muy bien. De las mejores cosas que me han pasado mientras pido aventón.

     También conocí a otro que era poeta y me hizo un poema acerca de los caminos y de viajar. Él me enseñó una música bien buenaza. Pasé la noche en cuatro camiones distintos. Ponía mi hamaca dentro sujeta por las puertas y ellos dormían en la cama. Nunca tuve ningún problema. Claro que me aseguraba de sentirme cien porciento cómoda antes de siquiera considerarlo. Siempre fueron muy respetuosos y, en la mañana, sólo despertábamos, nos lavábamos los dientes y de vuelta a la carretera, hasta un rato más tarde que tocaba desayunar. Dejo unas fotos ¡¡pa que me crean que manejé un camióooooon!!

Este año tomé un diplomado en la ENAH (en México) de Historia y Antropología. Fue bastante complicado llegar de noche en las gasolineras y sentarme a estudiar para mandar los trabajos semanales. Pero se logró. Tal vez no me desempeñé de la mejor manera, pero aprendí un montón y se logró.

               No todo fue perfecto y no logré llegar hasta mi destino de aventón. Después de Juiz de Fora en Minas Gerais, todos los camioneros iban viajaban distancias cortas y me estaba agarrando la prisa. Conocí a un último conductor maravilloso (además inimaginablemente guapérrimo kepex) y, satisfecha, me despedí por unos días de la aventura para tomar un autobús los últimos ciento y pico kilómetros para entrar al curso en la ciudad de Miguel Pereira.

               Si a alguien le interesa, el curso se llama Vipassana, ya había lo había tomado dos veces en India y sido voluntaria en México. Esta vez fui voluntaria de nuevo. Ahí conocí a un grupo de amigos con los que después me fui a Río de Janeiro a escalar montañas, disfrutar la playa y hasta tatuarlos. Me quedé unas dos semanas en Río y debo confesar que la fiesta me devoró. No había conocido antes una ciudad con una energía tan fuerte hacia la locura. Me encantó. También busqué una maestría en arquitectura y resultó que ¡los registros estaban abiertos en dos universidades! Me inscribí en los procesos de selección y huí a Belo Horizonte para concentrarme en preparar mi anteproyecto y para los exámenes. Por ahora terminaré el relato en ese punto. Les adelanto que, hasta ese momento, me hervía la sangre de tantas emociones. Por alguna razón la música sonaba más increíble que nunca antes en mi vida, las nuevas amistades se hacían muy profundas muy rápido y yo tenía energía para salir todo el tiempo (raro en mí). Les dejo unas fotos y me despido. Les agradezco mucho que me sigan leyendo después de ya ¡siete años que tengo este blog!

 

P.D. Luego les cuento la parte de cuando llegué a Brasil, pero es que esto estaba más fresco y se me queman las manos de tanto que quiero escribir todo.

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